Desde que inicie mi proceso, he ido descubriendo el impacto que han tenido las heridas emocionales de la infancia en mi vida adulta. A través de la relación con mis padres aprendí desde mi primera infancia cómo funcionaba el mundo y las estrategias que debía emplear para lograr el amor y la protección que necesitaba. Para emplear estas estrategias fui renunciando a mi auténtico ser, convirtiéndome en lo que creía que debía ser para que me quisiesen y así desde la infancia hasta la vida adulta.

Es un tema delicado pues corremos el riesgo de culpar a nuestros padres de todos nuestros problemas de la vida adulta, cuando esto realmente no es así. Es importante saber aceptar que nuestros padres lo hicieron lo mejor que sabían o  podían y que en la mayoría de los casos su voluntad fue siempre buena y actuaron desde el amor. Y que lo que nos pasa de adultos y cómo lo gestionamos ya es cosa nuestra, que ahora somos responsables de nosotros mismos y culpar a nuestros padres solo nos ayuda a disculparnos y a evadir nuestra propia responsabilidad y con ello imposibilitar cualquier cambio.

¿Para qué nos puede entonces servir “hurgar” en el pasado?

Desde la Gestalt este trabajo se hace con la finalidad de toma de conciencia y de sanar. Dar con nuestras heridas más profundas nos puede ayudar  a tomar conciencia de cómo esas heridas pasadas influyen en nuestras reacciones de hoy. Descubrir recuerdos de nuestra primera infancia que nos dañaron y revivirlos expresando desde el adulto las emociones enterradas en lo más profundo de muestro ser nos ayudará a limpiar y cicatrizar las heridas y poco a poco dejaremos de ser víctimas de ellas en nuestra vida adulta. Muchas veces estas heridas son completamente inconscientes, ya sea porque nos dolió tanto que lo enterramos en lo más profundo, o porque sencillamente éramos tan pequeños que no hubo palabras que identificasen lo que nos pasó. En estos últimos casos, el recuerdo puede ser corporal y emocional sin recordar realmente los hechos, pero no por ello menos impactante. Con la ayuda del terapeuta vamos deshilando el embrollo y aprendemos a detectar cuáles son nuestros mecanismos de defensa que pusimos en práctica a partir de entonces para no volver a sufrir y para obtener siempre el amor y la protección que tanto ansiamos.

No se trata pues de culpar a nuestros padres ni de ponernos en el rol de víctima. Se trata de asumir nosotros la responsabilidad de lo que nos pasa, tomar consciencia de que ya no somos niños y dejar atrás lo que nos hirió en el pasado. Sanar las heridas internas y tomar conciencia de ellas nos ayudará a ser unos adultos más responsables de nosotros mismos y, en definitiva, a ser más libres y vivir plenamente.

 

Autor fotografía: whiskeygonebad, utilizada bajo licencia Creative Commons.