Gran parte del trabajo de crecimiento personal para vivir de manera más plena y consciente consiste en hacerte dueño de tu propia vida, aceptar que tú llevas las riendas y asumir la responsabilidad de vivir tu vida respetando tus deseos y necesidades.
A muchos les parecerá que esto suena lógico y en realidad no somos conscientes de la cantidad de decisiones sobre nuestra vida que hemos dejamos en manos de otros o de las circunstancias y cómo poco a poco nos vamos abandonando a nosotros mismos.
Actuar a partir de nuestras propias necesidades y responsabilizarnos de nuestra vida es un proceso lento y no ausento de dificultades. En primer lugar, porque significa parar y escucharte a ti mismo a cada momento. ¿Qué necesitas? ¿Qué quieres realmente? Simplemente este paso ya resulta bastante complicado porque requiere más tiempo y energía que actuar con el piloto automático que solemos llevar puesto.
Una vez detectada nuestra necesidad toca pasar a la acción, muchas veces rompiendo hábitos o esquemas de comportamiento que tal vez hayamos consolidado durante años. Aquí entran también todos los demás, los que nos rodean, con sus propias necesidades y deseos que tal vez sean incompatibles con los nuestros.
Pero por encima de todo están nuestras propias creencias que nos condicionan y nos impiden ver que el mundo está lleno de posibilidades y que somos libres de dar los pasos en la dirección que queramos. Eso no significa actuar a cada momento por nuestros impulsos sino dar cada paso con conciencia, aceptando que hago las cosas porque quiero o no las hago porque no quiero.
En definitiva, muchas veces simplemente es más cómodo no plantearnos qué queremos aunque con ello vayamos alejándonos poco a poco de nuestras necesidades y de lo que tendría sentido para nuestra vida. No es de extrañar que luego, con el tiempo, nos invada la sensación de estar mal, de sentirnos perdidos, que las cosas tienen poco sentido… Sólo hay una manera de deshacer ese entuerto: volver a adueñarnos de nuestra vida.
Un ejercicio muy sencillo que se utiliza en Gestalt para aprender a responsabilizarnos de nosotros mismos es sustituir el “no puedo” por el “no quiero”.
Por ejemplo: “Esta tarde no puedo ir al cine porque tengo que limpiar la casa”.
Sustituirlo por: “Esta tarde no quiero ir al cine porque prefiero quedarme en casa limpiando la casa”.
Tal vez el motivo por el que prefieres limpiar la casa sea para no tener problemas con tu pareja, en ese caso la frase sería…
“Prefiero limpiar la casa y no tener problemas con mi pareja que ir al cine.”
Está claro que eso es muy diferente que decir:
“No puedo ir al cine porque mi pareja me obliga a quedarme en casa limpiando”.
Sustituir el “no puedo” por el “no quiero” puede representar un cambio tremendo, sobre todo cuando empiezas a pronunciar estas frases en voz alta y ante los demás. En lugar de ser una pasiva víctima de los demás o de las circunstancias, pasas a aceptar que en realidad la decisión es tuya y que si estás haciendo una cosa es porque quieres hacerla.
Veamos otro ejemplo:
“No me gusta mi trabajo pero, tal como están las cosas, no tengo más remedio que seguir allí”.
Decir esto mismo responsabilizándote de tu vida podría ser: “Prefiero seguir en mi trabajo, aunque me desagrade, que salir a buscar otro trabajo y enfrentarme a todas las dificultades que eso representa”.
Se trata de un ejercicio muy sencillo y aunque al principio resulte incómodo decirle a alguien “no quiero ir al cine” en lugar del simple “no puedo”, verás que en breve llegará la recompensa. Con cada “quiero” que dices y con cada “no puedo” que descartas, poco a poco vas retomando las riendas de tu propia vida.
Autor fotografía: pharaoh stables, utilizada bajo licencia Creative Commons.