Hace muchísimos meses que no escribo nada, estoy desaparecida en combate o, más bien, sumergida en el oleaje de mi recién estrenada maternidad. Me doy cuenta y decido escribir unas palabras sin saber muy bien a dónde voy con ellas. Simplemente siento la necesidad de sacar la cabeza por un momento, respirar un poco de aire y dejar que otro lado de mi salga un rato.

Hace casi nueve meses que nació Elias y está siendo el proceso de transformación más intenso de mi vida. Ha sido como un cambio de piel; sigo siendo yo pero de manera muy diferente. Ya no soy sólo yo para mí, ahora soy para los dos. Estamos aún completamente fusionados, él y yo, compartiendo cuerpo, sensaciones, emociones… Lo que le pasa a él me pasa a mí y viceversa. A veces me ahoga, a veces lo necesito, a veces no quiero que se acabe nunca, a veces no puedo más. Es hermoso y complicado, enloquecedor y sanador, todo a la vez. Mi niño, mi alma, mi vida. Todo para él y, a la vez, tanto para mí.

Tengo la sensibilidad a flor de piel y me cuesta articular pensamientos y palabras. Muchas veces me siento en otra dimensión, en un mundo donde sólo existimos los dos donde cada caricia, llanto, mirada, movimiento o sonrisa se llevan toda mi atención. A veces me cuesta salir de ese mundo y conectar con el exterior. A veces, tanta intensidad me supera. Me siento perdida, desconocida, preguntándome quien soy, donde estoy… Entonces cierro los ojos, respiro hondo, siento su cuerpecito, su olor, su respiración y todo vuelve a estar bien.

Me siento viva, muy viva. A veces tan viva que estoy a punto de explotar. Es tanto tanto que me rebosa… Imposible plasmarlo en palabras. Y por primera vez siento un profundo agradecimiento. Agradecida a la vida que me ha dado tanto. Agradecida por todo, como nunca…

Y así ando… Desaparecida… En una locura que cura.