El año pasado para mí fue duro, muy duro. Tal vez mientras lo estaba pasando no lo veía así, pero ahora con la perspectiva que me da el tiempo, me doy cuenta de que si, estuvo lleno de despedidas, pérdidas y duelo.
Empecé el año retomando mi actividad profesional tras haber sido madre. La vida «real» me reclamaba; tuve que dejar el delicioso mundo del bebé-madre en el que me había sumergido los últimos 13 meses y volver a conectar con lo material, lo concreto, la acción. Dejar atrás el simple «ser» para volver a «producir».
Un proyecto en el que había puesto mucha ilusión nació pero al poco tiempo se estancó y acabo antes de lo previsto.
El hombre que durante los últimos 9 años había sido mi jefe y «mentor» dejó la empresa, y me sentí de nuevo huérfana.
En la empresa se produjo todo un cambio organizativo que me dejó descolocada y sintiendo que algo que llevaba construyendo durante años, poco a poco se empezaba a desmoronar. Me sentía desorientada, perdida, sin saber hacia dónde ir.
Me quedé embarazada y a las pocas semanas perdí el bebé. Una muerte en vida, el pequeño corazón que había empezado a latir en mí de pronto se apagó. No era su momento y tampoco era el mío, pero lo había querido, deseado y perdido.
Los cambios organizativos en la empresa continuaron y compañeros con los que había compartido muchos años y un proyecto se fueron perdiendo. Sentía cada vez más que para mí ya no tenía sentido seguir allí, era mi momento de cambiar, pero no encontraba la fuerza.
De pronto, llegó de nuevo la muerte: falleció mi suegro, el padre de mi compañero y abuelo de mi hijo. Seguramente había llegado su momento, casi nos lo esperábamos todos, pero aún así, cuando llegó, fue doloroso y sentí como otra figura paternal desaparecía de mi vida.
Y sin embargo, de alguna manera, su muerte fue el inicio de mi renacer; me dio la fuerza y el impulso para enfrentarme a los miedos y hacer los cambios que necesitaba hacer. Y aquí estoy ahora, rehaciéndome, soltando lo que ya no quiero y poco a poco creando lo que sí quiero para mi.
El año pasado fue muy duro, ahora me doy cuenta. Siento como si un fuego hubiese arrasado el bosque y tras un largo tiempo de cenizas y vacío, por fin empiezan a salir nuevos brotes en los árboles. Ha sido duro, sí, así es. Pero como todo en esta vida, lo bueno y lo malo, todo pasa y queda atrás. Ha llegado la primavera y yo he vuelto a nacer.
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Foto “011 Renacer 08-12-2007” de Félix González, usada bajo licencia de Creative Commons.