Es sábado, son las seis de la mañana. Me despierto pensando en un problema del trabajo, un tema que literalmente me está quitando el sueño. Intento volverme a dormir pero el tema vuelve, una y otra vez. Al final me rindo y me levanto, sigilosamente salgo de la cama para no despertar a mi pareja.

Salgo a la cocina y me preparo un té. El tema en cuestión sigue dándome vueltas por la cabeza. Aunque es sábado me planteo encender el ordenador y escribir un email sobre una posible solución para que el lunes a primera hora la podamos discutir en el trabajo.

Cojo la taza de té y me acerco a la ventana abierta. Fuera veo el bosque, las nubes y al fondo entre neblina, el horizonte del mar y la ciudad. Me quedo apoyada en la ventana un rato, dejándome impregnar por la naturaleza. El sonido del bosque, los pajaritos que tímidamente empiezan a cantar, la suave brisa que mueve los árboles y al fondo el runrún de la ciudad que despierta. El aire fresco de la mañana limpia mi cara y penetra todos mis poros. El cielo poco a poco va tomando un tono rosado y las nubes se desplazan lentamente.

De repente, el problema va perdiendo fuerza en mi cabeza. La situación sigue siendo la misma pero noto como mi preocupación va bajando en intensidad. El mundo sigue existiendo más allá de ese problema. La vida sigue su ciclo. Pase lo que pase, cada día amanecerá y yo sólo soy una migaja en este universo. Todo pasa. Al igual que las nubes, todo pasa; al igual que los días y los amaneceres, todo pasa, nada permanece. Para lo bueno y para lo malo. Este problema también pasará y mi cielo volverá a estar despejado.

Como no siempre tenemos el lujo de poder ver un amanecer, aquí te dejo una ventanita abierta gracias al fotógrafo paisajista noruego Terje Sørgjerd. Si estás agobiado, tómate 3 minutos para ver este vídeo y verás como la cosa cambia. Y si necesitas una dosis doble, aquí tienes algunos más.